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Una fotografía que publicaban los periódicos la semana pasada me dejó mal cuerpo. Era la de una mujer soldado empuñando un arma en Israel frente a un viejo que la interpelaba y un niño que los miraba inquieto. Desconozco qué tipo de arma era ni me interesa conocerlo. Solo puedo decir que era de guerra, pesada y enorme, aunque esto no es más que un detalle. La mera vista de una mujer -en este caso se percibía que era una chica muy joven-, con uniforme de milicia y un arma en la mano me causa una profunda tristeza.

En mi opinión, no es esta la igualdad ni la libertad a las cuales el género femenino debe aspirar. Resulta frecuente que desde el aparato militar y desde los medios de comunicación en general se celebre la presencia de mujeres en el ejército, con especial énfasis si alcanzan puestos de mando. Para los militaristas puede ser considerado, además de un signo de equidad, un gran éxito; para el resto, no.

Mientras por fortuna van en aumento las voces masculinas que defienden el pacifismo, el que a su vez crezca el número de mujeres que visten guerrera dista de ser alentador. Cuando, entre nosotros y en otros países, los masculinos objetores de conciencia fueron perseguidos durante años, algunos encarcelados, hasta conseguir que el servicio militar obligatorio fuera abolido, no representa ningún avance el que haya mujeres en el ejército, ni tampoco que haya ministras llamadas de Defensa. Y recalco el adjetivo “llamadas” en sentido irónico por cuanto el uso del vocablo “defensa” no es más que un eufemismo para no pronunciar la palabra “guerra”. Así ocurre en España y en el resto del mundo desde hace un siglo aproximadamente. Con anterioridad, la cosa se decía por su nombre.

Guerra contra la cual Bertha von Suttner, presidenta de la Oficina Internacional por la Paz, publicó su libro “¡Abajo las armas!”. Ella fue una pronta ganadora del premio Nobel de la Paz, al quinto año de ser instituido. Guerra a la que se enfrentó la socióloga y feminista Jane Addams, presidenta de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad y premio Nobel de la Paz en 1931. Guerra contra la que trabajó Jody Williams, premio Nobel de la Paz en 1997, consiguiendo la prohibición de las minas antipersona. Unos ejemplos entre otras muchas mujeres que han luchado y luchan contra la guerra, sin usar armas de fuego.

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