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Se acerca la época de los regalos y el debate sobre qué tipo de juguetes pueden o no favorecer el sexismo está en el orden día. En este debate Marta Puig defiende que, si bien un vestido de princesa no debería ser problema en un principio, sí lo es al tener vinculados ciertos roles sexistas. En cambio, Patricia Melgar argumenta que, si bien los cuentos de princesas pueden contener roles tradicionales dado el contexto histórico cuando se escribieron, suelen estar vinculados a relaciones llenas de pasión y respeto, no tienen nada que ver con canciones de ciertos autores contemporáneos en cuyas letras se humilla y desprecia a las mujeres.

Marta Puig

La construcción de género a través del juego

Los juguetes a simple vista pueden parecer inofensivos, pero son de gran importancia en la vida de los pequeños, pues, ellos y ellas interpretan el mundo a través del juego, y aplican construcciones sociales en ello.

Los niños y niñas juegan indiferentemente a juguetes considerados para “niñas” o  “niños”, hasta los 4, 5 años, y es a partir de esta edad que se empiezan a asimilar los juguetes a una condición de género, y a consecuencia de esto, se le da un valor u otro (como les enseña la sociedad). Y aquí es donde radica el problema: Que los pequeños quieran un vestido de “príncipe o princesa” porque les apetece llevarlo y les gusta el color, la purpurina o arrastrar la cola por la calle no llevaría consigo mismo ningún problema, estaríamos hablando de gustos y diferencias entre iguales (los pequeños). El problema existe en el momento en que socialmente se atribuye al disfraz o a la muñeca de una princesa de cuento un rol de desigualdad en contraposición de un muñeco o disfraz de príncipe, porqué esto no es permitir la diferencia de gustos y la libertad de jugar a muñecas y princesas o a coches y príncipes si le apetece al niño o niña, eso es fomentar la desigualdad entre ellos. Pues al mundo de las princesas y las muñecas se atribuyen unos roles implícitos a estos juguetes de: pasividad, espera y belleza. Mientras en el mundo de los coches y los príncipes los roles son: pro actividad, valentía, inteligencia o astucia entre otros. Después también está la situación en qué un niño quiere una máquina de coser y todas las máquinas que encuentra son de color de rosa (color socialmente femenino), el propio niño se siente incómodo y a veces hasta avergonzado. Esto también tiene cabida en este debate, y lo tiene porqué así es como enseñamos a las futuras generaciones a despreciar lo que es considerado socialmente innato al otro sexo, menospreciado y motivo de burla si alguien no quiere “jugar a lo que toca por condición social”.

Por este motivo deberíamos evitar regalos sexistas a los niños y niñas, porqué hasta que no se consiga un cambio colectivo a nivel de sociedad, éstos van a ser motores de la desigualdad de género.

Patricia Melgar

Una princesa libre

Mi hija de 2 años quiere pedir a los reyes magos un vestido de princesa. Si esta escena me la hubiesen planteado a los 20 años probablemente hubiese encendido todas las alarmas sobre los riesgos a largo plazo que estos gustos en las primeras edades pueden acarrear.

En aquella época mi manera de entender el feminismo era bien distinta, en algunos de los movimientos en que militaba luchábamos contra los grandes demonios de la opresión. ¡Lástima que nos equivocábamos –según mi entender actual- de rival!

Ahora no me preocupa que quiera un vestido de princesa porque no existe ningún indicador que correlacione el gusto por los cuentos de príncipes y princesas y las posibilidades de sufrir violencia de género en un futuro. De hecho, si mi hija los toma como referentes buscará relaciones de respeto y pasión, donde los personajes “buenos” se unan para luchar contra los malos, donde la envidia, la avaricia… estén mal vistos, etc.

Sí, ya sé que algunas de mis amigas al leer esto me van a llamar rápidamente para decirme: “Patricia, ¿es que quieres que tu hija tenga un papel secundario en la sociedad?, ¿quieres que su máxima aspiración sea esperar a siete hombres a que lleguen de trabajar de la mina para servirles la comida?”, etc. ¡Rotundamente no! Quiero que construya su futuro en plena libertad, sin sentirse encorsetada en una sociedad que la empuje a ponerse vestidos o ser heterosexual; pero que tampoco la etiquete por jugar con muñecas o llevar tacones. A mi hija la quiero libre.

Cuando pienso en los cuentos de Perrault o los Hermanos Grimm, entiendo que reflejan la sociedad de los siglos XVII, XVIII o XIX – por la que no tengo nostalgia alguna-. Por el contrario, sí que me preocupan los temas centrales de algunos de los programas de televisión actuales –Hombres, mujeres y viceversa-, argumentos de películas, o letras de canciones –como las de Maluma-. Éstas sí que están escritas por contemporáneos y contemporáneas nuestras, sí que muestran escenas de humillación e incluso agresiones físicas a mujeres y, lo que es todavía más perjudicial, presentan a estos agresores como ídolos, como personajes deseados; no como los villanos a quienes rechazar.

Mi hija no piensa que estos personajes sean príncipes o princesas. He preguntado a niños y niñas de 9 y 12 años, a adolescentes de 15 y personas adultas y tampoco los consideran. Podemos seguir cargándonos a esos personajes de siglos pasados -que el imaginario social no relaciona con la violencia-, mientras quienes realmente están erigiéndose como referentes para muchas niñas y niños, chicos y chicas, son personajes que no se esconden a la hora de humillar a la mujer, utilizarla, agredirla física o sexualmente…

Así pues, señores reyes magos, si leen este artículo, traigan a Nahia un vestido de princesa, por favor. Por otro lado, les ruego que el día que pida un póster de Maluma o cualquiera del estilo se pongan antes en contacto conmigo. ¡Ese día estaré realmente preocupada!

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