Conectar la televisión es encontrar noticias desgarradoras relacionadas con violencia de género: estadísticas desoladoras, acoso sexual, malos tratos, violaciones, desfiguraciones del rostro, mutilaciones genitales, asesinatos y un largo etcétera que evidencia lo que hoy en día se puede considerar una lacra social que, además, cada vez comienza a edades más tempranas.
Ante estas situaciones podemos encontrar dos posturas. La primera, la de aquellos que justifican la violencia hacia las mujeres responsabilizando y/o juzgando a las víctimas. La segunda, la de quienes las apoyan: las personas capaces de ponerse en el lugar de las víctimas y defenderlas, plantar cara a los agresores y denunciar. Pero en el sinsentido de la violencia pueden aparecer situaciones en las que estas personas valientes que empatizan y se solidarizan con las víctimas, a su vez también pueden recibir violencia por posicionarse al lado de éstas: humillaciones, críticas, difamaciones, amenazas, etc. convirtiéndose, de esta manera, en víctimas de segundo orden. Alarmante, ¿verdad?
En el colegio Mare de Déu de Montserrat (Terrassa), llevamos años preocupadas por la realidad social en la que vivimos. Somos una comunidad de aprendizaje y por lo tanto, un centro educativo que sueña. ¿Por qué? Porque los sueños nos dan esperanza, alas para imaginar y aportan altas expectativas; son el inicio del cambio. En el curso 14-15 soñamos por cuarta vez y volvieron a surgir sueños de convivencia. Por delante teníamos un reto: transformar los sueños en realidad. Emprendimos el camino acompañados de formación en el Modelo Dialógico de Convivencia: Socialización Preventiva de la Violencia de Género. Se abrió un universo de transformaciones personales y profesionales que nos cambiaron: a pequeños y grandes. Para transformar nuestro colegio en un entorno educativo seguro, toda la comunidad educativa elaboró la Norma y surgió el Club de los Valientes; niños y niñas solidarios y empáticos que se enfrentan a los agresores y defienden a las víctimas, y de esta forma los agresores dejan de serlo. Importante es romper el silencio, no trivializar cuando se pide ayuda, valorar la amistad y la solidaridad, hablar desde el lenguaje del deseo vaciando de atractivo la violencia, reflexionar sobre a quiénes escogemos y sobre todo, NO es NO.
Descubrimos que cuando nos unimos somos fuertes y que si dotamos a nuestros menores de recursos y estrategias para enfrentarse a los agresores, de mayores tendrán menos posibilidades de convertirse en víctimas de primer y de segundo orden. Cambiar el mundo es posible si empezamos por nosotros mismos.
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