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Hoy contamos en este debate con Guiomar Merodio argumentando el posicionamiento abolicionista, y Helena Casas, argumentado a favor de la regularización.

Radicalizar la libertad, no la desigualdad
Guiomar Merodio

El 20 de noviembre la Comisión Europea organizó el coloquio anual sobre Derechos Fundamentales, «Women’s rights in turbulent times”. Una de las sesiones plenarias abordó la Trata de mujeres con fines de explotación laboral y sexual. En el debate, participantes de la sociedad civil lanzaron una pregunta crucial, ¿Cómo la legislación nacional en materia de prostitución de los países miembros de la UE impacta en los esfuerzos para combatir la trata en Europa?

Investigaciones internacionales constatan la importancia que tienen las políticas nacionales en los países de destino para las víctimas potenciales de trata. La regularización de la prostitución no contribuye a reducir el número de víctimas, sino que favorece su incremento a consecuencia de la amplia demanda del mercado. (Cho, Dreher & Newmayer, 2013; Jakobsson & Kotsadam, 2013). Estudios comparativos muestran que Australia y Holanda que regularon la prostitución con el fin de combatir el crimen organizado y para proveer espacios seguros para las mujeres en situación de prostitución, han fracasado en su propósito (Jeffreys, 2010), empeorando especialmente la situación de las mujeres migrantes y de las más jóvenes. En Holanda el 5% de las mujeres con licencia en el sector comenzaron siendo menores de edad (por tanto, siendo víctimas de trata). En el sector “escort”, más del 10% son menores de edad y más del 50% menores de 20 años (Schulze, 2014). A nivel europeo, la adopción de un modelo regulacionista de algunos países ha conllevado un mayor número de víctimas de trata. Por el contrario, el desarrollo del modelo abolicionista en los países nórdicos, que implica la descriminalización de las víctimas y la criminalización de clientes y proxenetas, ha comportado un menor número de víctimas, así como un aumento de la sensibilidad social y reducción de la demanda (Réchard, 2005).

La falsa distinción entre prostitución y trata dificulta los esfuerzos para abolir la prostitución (Farley, 2006); silenciando las trayectorias de vida de las mujeres más vulnerables y excluidas. En el movimiento feminista sabemos que cuando se silencian las voces de las víctimas, se silencia la violencia. En esta línea, las evidencias apuntan a que la mayoría de las mujeres no escogieron libremente la prostitución (Davidson, 1998). Una investigación realizada en 9 países encontró que el 89% de las mujeres estaban en situación de prostitución porque no tenían otra alternativa ni forma de escapar (Farley, et al, 2003). Y que el 96% querrían salir (Jones, Sulistyaningsih, & Hull, 1998).

A nivel científico disponemos de suficientes evidencias sobre las iniciativas que funcionan y los resultados de políticas que suponen un fracaso para los derechos humanos y la igualdad de género (Puigvert, 2014-2017). El debate más importante del siglo XXI no girará en torno a regular la opresión y normalizar las desigualdades, sino a cómo radicalizar la libertad y promover trayectorias de vida exitosas para todas las mujeres, en especial para las Otras mujeres.

No hay planes feministas sin putas
Helena Casas

La prostitución es hoy un tema central de la política sexual. Pero, ¿qué es una puta y qué es la prostitución? Bien, una puta podría ser cualquier mujer que se mueva fuera de los márgenes del patriarcado. Así nos llaman. Además, una puta es una prostituta. La prostitución es lo que las mismas putas han llamado trabajo sexual, es calle, es proxenetismo y trata, es asistencia sexual y prácticas BDSM, es ejercer como escort, es un burdel o un piso compartido con otras mujeres. Pero también son nuestros amigos, padres, compañeros y hermanos que la hacen posible. No olvidemos eso.
Este maremágnum de negocios sexuales está basado en dos elementos centrales: mujeres y dinero. Así lo dijo Paula Ezkerra en el Manifiesto de Profesionales del Sexo de Catalunya, en un intento de desestigmatizar a sus compañeras y situar en el centro el empoderamiento de las mujeres. Cuando comprendí eso, entendí que la solución a la problemática de la prostitución solo podría surgir de las mujeres que más la conocen: las putas que exigen protección y respeto a sus Municipios, las putas que reivindican sus derechos y se organizan. Las putas que denuncian la trata y los abusos y que ejercen el trabajo más estigmatizado en un mundo capitalista gobernado por hombres.

Nadie trabaja por placer: el deseo de hacer lo que nos gusta no puede comprarse con dinero; el dinero desplaza el deseo y el placer es cancelado. Lo explica muy bien la activista sexual Verónika Arauzo en su crítica al trabajo, en el que sitúa la prostitución en el si de toda explotación laboral del mercado capitalista. Quizás nuestras lecturas y estudios no sirvan para desautorizar a las mujeres que tienen un plan para sus vidas, una regulación para el sustento de las mismas.

No queremos capitalistas putas, queremos derechos y garantías para toda una inmensa realidad de mujeres que trabajan cada día. Eso está pasando.

Sin la regulación que exigen tantos colectivos de trabajadoras sexuales, ¿cuál es el plan que nosotras tenemos para ellas? ¿Cuál es, a nuestro parecer, su justa reinserción en el mercado laboral?

Espero que esa supuesta abolición prevea la desaparición inminente de la prostitución, sin dejar, otra vez, a millones de mujeres desprotegidas en las cloacas de lo social y lo económico. Y, en esa línia, imagino que la destrucción del orden patriarcal prevé la radical estructuración de unas políticas feministas. Porque, como dice Itziar Ziga, si abolimos la prostitución, hay que ilegalizar el matrimonio heterosexual. ¿Alguna se atreve? Aunque, como dirían muchas, eso es otro tema.

Yo, como no me he prostituido nunca, casi prefiero que hablen ellas.

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