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Cuando las personas adultas están involucradas en relaciones de abuso y violencia, sus hijas e hijos sufren sus efectos directos o indirectos en múltiples formas (emocionales, físicas, sociales, financieras, etc.). En esta línea, existe un importante debate en la actualidad sobre cómo consolidar mayores evidencias de cuál es la mejor manera de identificar e intervenir con la infancia que está expuesta a la violencia doméstica. Existe consenso sobre las recomendaciones a las y los profesionales de la salud en la atención a mujeres con signos clínicos de violencia doméstica. Sin embargo, no es así en la detección y protección a la infancia de relaciones violentas en el entorno familiar. Al mismo tiempo, cada vez tenemos más información sobre las tremendas consecuencias que suponen las relaciones violentas en nuestros contextos y para nuestras vidas.


El proyecto VEGA “Violence, Evidence, Guidance, Action” busca ofrecer una respuesta de salud pública segura y efectiva a la violencia que se inicia y desarrolla en los contextos familiares. Está dirigido a la protección de las víctimas de la violencia y también de sus hijos e hijas. Todos los avances y prácticas de éxito en las que se van avanzando aparecen a libre disposición en su web, dirigida especialmente a trabajadores sociales y de la salud. El análisis de las evidencias que se estudian abarca tres áreas: maltrato infantil, la exposición de los niños y las niñas a la violencia familiar y la violencia familiar existente. Por el momento, esta primera síntesis, realizada en colaboración por investigadoras de universidades en el Reino Unido (Bristol, Queen Mary y Cambridge) y Canadá (McMaster y Western), en colaboración con el Comité Nacional Canadiense de Orientación e Implementación (con representantes de 22 organizaciones profesionales de servicios sociales y de salud), integra hallazgos de 11 estudios con 42 infantes, 220 familiares y 251 profesionales de servicios sociales y de atención médica. Tendría que ayudar a que los pediatras sirvan como “guardianes de primera línea” del desarrollo infantil saludable

Dra. Harriet MacMillan , Dra. Nadine Wathen y la Dra. Donna Stewart co-lideran este proyecto

Uno de los avances destacables sobre la relevancia de la intervención en el campo de la salud, es que más allá del cuidado específico del trauma, destaca la importancia de crear espacios seguros que limiten el potencial de daño adicional para las víctimas. Este cambio sobre los enfoques abordados en la salud hasta ahora es importante porque pone el foco de la violencia pasada y actual sufrida por estos niños y niñas, no solo en su estado psicológico, sino también, y muy especialmente, en circunstancias sociales. 

En general, las evidencias que estos años se han ido recogiendo y revisando siguen reforzando muy especialmente la modalidad de atención sugerida por la OMS que aconseja que las respuestas sigan lo que se conoce como los principios “ANIMA”: Atención al escuchar, No juzgar y validar, Informar sobre las necesidades y preocupaciones, Mejorar la seguridad, Apoyar. Igualmente existe una evidencia clara sobre la necesidad de una mayor capacitación de los profesionales para poder responder a estos niños y niñas y a sus familias de forma apropiada y segura. Sin embargo, existe un debate abierto entre los agentes implicados en la superación de la violencia, sobre si promover o no un enfoque de intervención directo con los niños y las niñas para gestionar su seguridad. Por un lado, los niños y niñas, así como las madres, dicen preferir que sean las profesionales quienes hablen directamente con sus hijos e hijas y los involucren en la planificación de su seguridad. En cambio, las profesionales preferirían interactuar con los niños y las niñas a través de la familia. Otro de los temas resaltados es el descontento de la mayoría de las profesionales con las pautas y prácticas de seguridad existentes para las madres y sus hijos e hijas, expuestos a la violencia doméstica. Ambas cuestiones requieren todavía mayor reflexión e investigación para diseñar estrategias futuras. Por otro lado, un aspecto sobre el que sigue sin haber evidencia es la común creencia de la transmisión intergeneracional de la violencia, es decir, sobre la asociación significativa que supone para un niño y una niña la exposición a la violencia física doméstica en la infancia y su reproducción en la vida adulta, que sigue sin ser vinculante.

La magnitud del problema es grande cuando sabemos que se calcula que uno de cada cinco niños está expuesto al abuso doméstico. Los resultados de este estudio nos podrían ayudar a transferir estrategias que reduzcan al máximo el impacto de la violencia en el estado emocional, conductual y físico de nuestra infancia y que puedan crear otros entornos que les empoderen y permitan disfrutar de relaciones de amistad, respeto y felicidad, libres de todo tipo de violencia.

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