Llevamos meses enterándonos del éxodo de la minoría rohingya birmana hacia Bangladesh, y ahí sigue, sin que ni siquiera la ONU sea capaz de detenerlo. Más de medio millón de personas huyendo de la violencia del ejército para acabar asentadas en campos de refugiados tan precarios que adolecen de insuficiencia de agua potable, de comida y de letrinas. Cruzan la frontera con lo puesto dejando atrás sus hogares destruidos y sus familiares o amigos muertos. Los menos desnutridos acarrean a viejos, niños y enfermos para dejarse caer en la miseria de unos asentamientos que les convierten en desdeñables apátridas.

La historia de los rohingyas es larga, pero la más cercana comienza en 1948, fecha en que Birmania deja de ser una colonia británica y ellos se convierten en ciudadanos birmanos. Por poco tiempo, sin embargo, ya que en 1962, cuando el Ejército toma el poder, da comienzo una persecución que desemboca en 1982 en la privación de la nacionalidad y la calificación de inmigrantes ilegales. Su desdicha no es reciente, pues, pero ha sido ignorada hasta ahora, cuando medio mundo se horroriza sin que, no obstante, se ponga fin a la tragedia.

La pregunta a hacerse atañe a los motivos por los cuales una comunidad de 750.000 personas es víctima de tal acoso. Advirtamos que los rohignyas son musulmanes en un país budista. En otro artículo cabrá tratar de la actitud y la práctica de quienes se dicen seguidores de Buda; aquí nos ceñiremos a subrayar las circunstancias de las mujeres rohignyas.

Sabido es que, en cualquier situación perniciosa son las mujeres las que se llevan la peor parte, las que por su propia condición sufren en mayor medida. Fuertes en espíritu, vulnerables en su cuerpo. En las noticias sobre el éxodo, poco se habla de las violaciones que padecen, niñas incluidas. Por parte de soldados en Birmania, durante la huida, en los campos de detención. Además de hambre, sed y enfermedades, la violencia sexual, embarazos no deseados, ruina física y moral.

Y una ignominia insospechada. Con responsabilidad en el gobierno, una mujer premio Nobel de la Paz, la insensible Aung San Suu Kyi, consiente, ¿alienta?, la masacre de hombres y mujeres rohignyas. ¿En nombre del budismo permanece ciega al sufrimiento de todos y en especial de las mujeres? La indignación nos desborda cuando la maldad procede de una mujer.

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